Amor y sexo en la era de la tecnología sexual
Florencia González* y Ramiro GimenoSi bien el amor sigue llevando “la voz cantante en la época”, los sujetos encuentran dificultades a la hora de vivenciarlo. ¿A qué satisfacción se debe? (¿a que goce remite?), ¿es el amor una experiencia, una vivencia?, ¿se ha transformado al amor en una suerte de concepto susceptible de ser consumido que niega la alteridad?, ¿los algoritmos digitales han venido a solucionar el problema del amor y sus desencuentros fundacionales?
Buen provecho, amor
¿Estamos comandados por un discurso amo que dice “abra la boca y métase amor”? Y aún más, siguiendo esta línea de interrogación, ¿le hemos dicho “buen provecho” al amor? ¿Nos comemos el amor como a un objeto consumible y susceptible de ser devorado?
Byung Chul Han (La agonía del Eros, 2012), intenta cuestionar las coordenadas del amor retomando a la socióloga Eva Ilouz y su libro Por qué duele el Amor. Una explicación sociológica (2011). La autora señala que dos de los factores esenciales de las dificultades amorosas actuales son el exceso de oferta por la proliferación de dispositivos digitales y, a su vez, la racionalización creciente de las pasiones.
Para el filósofo surcoreano, no se trata solamente de la excesiva oferta en la posibilidad de “elegir” lo que produce la crisis, sino un elemento esencial que tiene que ver con la erosión del otro, que produce un consumo y exceso de la propia mismidad (Han, 2012). Las “apps del amor” han proliferado por todos los medios digitales con el fin de acercar los cuerpos en su ausencia, encontrar el partenair, la media naranja a la distancia de un click. En estas los dedos que clickean intentan figurar la potencia del yo en la elección de imágenes sin encarnación corporal, con su correspondiente velamiento de la mirada. ¿Quién está del otro lado? Cuerpos mostrados, manifestados, dispuestos a ser likeados por perfectos desconocidos, dos imágenes que se gustan. La cultura del “me gusta” se ha instalado en todos los ámbitos de la vida cotidiana y las relaciones sexo afectivas no son la excepción (será para otro ensayo cuestionar el concepto de “relación sexo-afectiva”, nos preguntamos por qué no hablar de deseo, por ejemplo).
La imagen versada en las aplicaciones hace que no solamente se muestre la cara más bonita de une: se busca aquellas posturas que se suponen deseables para el Otro social, selfies frente al espejo, posiciones para resaltar lo bello de los cuerpos sin fisuras, velando sus defectos por algo que “venda” para aquel que quiere comprar a ciegas. De ahí que muchas veces algunes analizantes comenten que finalmente la persona con quien se encontraron “no era él o la de la foto”.
El mercado del amor intenta velar los defectos, lo doloroso, lo que no funciona bajo la idea de que existe una forma correcta y posible para el amor. El algoritmo con el que funcionan los dispositivos es definido como conjunto ordenado de operaciones sistemáticas que permite hacer un cálculo y hallar la solución de un tipo de problema: en este caso del de la relación a los otros.
La pulsión, acéfala, se monta sobre este auge de las apps de citas y las redes sociales (mirame, comeme, escuchame, cagame). La tecnología sexual viene a completar la forma en que la relación con el otro se reduce a la posibilidad de consumirlo. Frente al miedo al no poder complacer, al “No hay relación sexual”, las parejas y los encuentros se mueven entre una forma de la ternura sin erotismo o una sexualidad “transgénica” (Hazaki, 2019), la del tecno soporte sexual, encarnado en la pastilla del viagra como uno de sus exponentes. El erotismo como actividad de descubrimiento necesaria para el desarrollo sexual pierde su brillo, en pos de la obligación superyoica del rendimiento.
Para Han, la experiencia amorosa entrama una impotencia, la de la diferencia estructural, atópica, que permite restituir al otro en su alteridad y sacarlo del consumo, es la experiencia de cierto fracaso de esa felicidad completa de la vida familiar. A su vez sólo la experiencia del amor permite la posibilidad de vivenciar la experiencia de la propia aniquilación, por eso es tan desesperante, pero armar un borde donde la pulsión de muerte puede estar contenida. Dirá que el “El eros es, de hecho, una relación con el otro que está radicada más allá del rendimiento y del poder (...) La negatividad de la alteridad, la atopia del otro, que se sustrae a todo poder, es constitutiva de la experiencia erótica” (Han, 2012).
Lacan (1960-61), en el Seminario VIII, retoma una escena de El banquete de Platón y cuenta que cuando Agatón habla de lo bello del amor y del provecho que se le puede sacar. Sócrates interviene regresando las cosas al origen: “¿Amor? ¿Amor de qué?”. Lacan encuentra en esta intervención socrática un enlace al deseo. No por nada Sócrates, como amado, era llamado Atopos.
No es nuestra intención hacer un Manual del Amor que haga una tipología y clasificación de este, ni condenar el uso de las aplicaciones ni su utilidad. Sin embargo, la pregunta de Sócrates sigue siendo válida en el sentido en que no hay una respuesta acabada sobre qué es el amor, pero sí podemos pensar en la experiencia del amor, en su durabilidad y en sus coordenadas en la época, también como efecto que produce el Neoliberalismo sobre los sujetos. Por eso, en este ensayo tenemos la intención de seguir estos pasos y al menos delinear cierto origen del amor, para repensarlo en la época.
Hacer-amor
En su libro Elogio del amor, Badiou (2009) subraya que no podemos reducir al amor simplemente al encuentro, porque es una construcción. Y de inmediato lo enlaza a la pregunta por la duración que lo produce en el sentido de que el amor inventa una manera diferente de duración para la vida. Lo que nombra como la reinvención del amor. Si sólo pensamos que lo que existe es el deseo sexual, se plantea la necesidad de desconfiar del amor. Él dirá que el amor quiere que su prueba recubra el deseo: “el amor no puede ser (...) simplemente un vestido del deseo sexual, una triquiñuela complicada y quimérica para asegurar la reproducción de la especie” (Badiou, 2012, p. 41).
¿De qué habla Badiou cuando dice que el amor no puede reducirse al encuentro? ¿Cuántas veces escuchamos esos discursos? “Andá y conocelo/a, que fluya en el encuentro”, está muy bien el consejo entre amigues, sin embargo, eso no nos orienta a la experiencia amorosa. Aunque, como siempre decimos, existe la contingencia.
Continuando con la línea de este autor, el amor habla de una separación o desunión, que puede ser la diferencia entre dos personas y que, la mayoría de las veces, se corresponde con la diferencia sexual. Hay en el amor un primer elemento que es una separación, una disyunción, una diferencia, hay un “DOS”, dice Badiou. El amor habla de un Dos. Y precisamente porque habla de una separación, en el momento en que este Dos está por revelarse, por entrar en escena como tal y experimentar el mundo de una manera nueva, sólo puede tomar una forma aleatoria o contingente. A esto podríamos nombrarlo como un “encuentro” y Badiou le da estatuto de “acontecimiento”, es decir, algo que no ingresa en la ley inmediata de las cosas, rompe el sentido habitual. El encuentro entre dos diferencias es un acontecimiento, algo contingente, sorprendente.
En la concepción existente del amor como fusión, dirá Badiou, nos topamos con que los amantes se encontraron y algo así como un “heroísmo del Uno se recortó contra el mundo”, en la mitología romántica se observa que en muchos casos este punto de fusión lleva a la muerte. Pero si las cosas se desarrollan así no nos encontramos en presencia de la “escena del Dos”, sino de la “escena del Uno”, el intento de hacer de dos, uno. Esto es, la búsqueda incesante de la “media naranja”, el discurso irrisorio -tal como lo denomina Lacan en el Seminario VIII, retomando el discurso de Aristófanes- sobre la “esfera”: la pretensión de que todo encuentro amoroso cierre como una gestalt, intentando lograr una forma acabada, redonda, sin roturas, que se satisfaga a sí misma. Badiou propone rechazar esta idea del uno “porque al fin de cuentas en el momento en que uno se ve con el otro, se ve con el otro ¡y eso es irreductible!” (Badiou, 2012, p. 37).
Tirar la moneda
Como decíamos anteriormente junto a Badiou, el amor tiene estatuto de “acontecimiento” y, siguiendo a Han, un acontecimiento atópico, es decir, algo que no ingresa en la ley inmediata de las cosas restituyendo la alteridad. El encuentro entre dos diferencias es un acontecimiento, algo contingente y sorprendente.
Es muy difícil para los sujetos asumir una relación con lo azaroso, con lo que no tiene “porqué”, con la sinrazón. Lo azaroso irrumpe de forma imprevisible, como las formaciones del inconsciente que irrumpen sin pedir permiso y alteran el orden de las cosas. Por eso, el medio tecnológico digital neoliberal intenta encontrarle sentido mediante el cálculo algorítmico, la tecno sexualidad que apacigua al yo y la conciencia, que sostiene la homeostasis.
El acontecimiento deja una marca, hay un antes y un después, las condiciones previas se modifican, las cosas no vuelven a ser como antes, introduce una rectificación no del yo, sino subjetiva. Un cambio de posición subjetiva es, por ejemplo, un duelo, admitir que algo cambió, recuperar la libido y relanzarla.
El amor es imprevisto y azarosamente algo (alguien) se hace presente. Luego ese encuentro azaroso se reabsorbe en la creencia de que era necesario, bajo la modalidad de destino (“estábamos destinados el uno para el otro”). La figura de “destino” mostraría que no hay contingencia. Hacemos de lo contingente algo necesario. Se transforma lo azaroso en una necesidad, se lo hace entrar en el orden significante, lo posible, transformando las contingencias del pasado en un futuro por venir, creer que todo se ajusta al significante, todo tiene sentido. Es el azar, hay un destino, todo se puede cifrar. Podríamos pensar aquí que nos encontramos del lado de la categoría de automaton de Aristóteles, tal como la concibe Lacan (1964) en el Seminario XI. El amor es contingente, pero el neurótico con su demanda de amor lo pretende necesario, por eso las aplicaciones y los algoritmos son tan seductores, como los cantos de las sirenas.
El acontecimiento es un encuentro contingente que deja marcas que no logran reabsorberse por el lado significante. En este punto nos encontramos con lo que entendemos dentro la categoría de la tyche, a la cual Lacan, en el Seminario citado anteriormente, la equipara con el concepto de trauma como un encuentro fallido con lo real. Reservamos entonces la tyche, no para la sorpresa del inconsciente, sino como acontecimiento traumático, y llamamos trauma al encuentro con un goce que no se puede significar. Así, la tyche sería causa del automatismo que intenta reabsorber eso desde el orden simbólico. La insistencia de lo simbólico que intenta e insiste ir por sobre el trauma.
Esto no quiere decir que concebimos al amor como un trauma, eso sería llevarlo a un terreno patologizante, pero sí lo que queremos subrayar es que el amor en su versión de acontecimiento del cuerpo está en relación a lo contingente, y desde allí diremos que habrá que vérselas con esa intención neurótica de pretender hacerlo "necesario".
El psicoanálisis no tiene la idea de que todo se puede reabsorber desde el significante. Hay que darle un lugar al imprevisto que no sea inefable, pero ¿cómo?, ¿cómo darle lugar a lo real sin caer en la religión, en la magia, en Dios, etc.? Reconocer lo real implica pensar un orden que reserva un lugar para la contingencia, esta es la particularidad del Psicoanálisis.
Un horizonte posible
Si sostenemos la creencia de que el amor en la época se reduce a las operaciones que realizan los algoritmos de las apps de citas, habrá que ver lo siguiente: hay un gran Otro Neoliberal que es quien conduce mis gustos, mis elecciones, mis coordenadas eróticas, mi deseo.
Sin embargo, el amor es acontecimiento y también contingencia. No habrá que perder las esperanzas: en las alabanzas al amor es el cuerpo quien habla más allá de todo algoritmo. La insistencia de dar sentido que tenemos los sujetos producirá de algún modo esa creencia: transformar lo azaroso en destino. No habrá algoritmo que pueda detener lo contingente del amor, ya que en el encuentro entre DOS habrá o no acontecimiento, tirar la moneda, azar. Después de todo, sólo los amantes y amados podrán dar cuenta de esto.
Si sostenemos esta idea, los algoritmos de citas podrían ser un lugar más -entre otros- para que se abra la brecha del deseo entre dos.
Que el amor sea acontecimiento, que el amor se sujete a la alteridad y que sea contingente son coordenadas para trazar en la época, y que podemos estar más allá de cualquier dominación neoliberal para consumir amor. Siguiendo a Han, sólo el Eros puede restituir al otro en su alteridad, armar un dos, desde donde se resista al poder Neoliberal de reducir y aplanar todo para hacerlo consumible.
Lacan (1962-63) utiliza el siguiente aforismo "Solo el amor hace al goce condescender el deseo" (Lacan, 2008, p. 194), y en esta línea entendemos que hay la posibilidad de que un goce pueda ceder su capital y enmarcarse en la Ley del deseo, la cual tiene dos caras como una moneda. La ley se instala y sólo desde una prohibición es que se habilita la posibilidad de la salida exogámica. El amor de este modo es una posibilidad de lazo al otro, una marca en los cuerpos donde habrá que reinventarlo a través del tiempo para que no pierda su lugar digno y erótico.
El amor no nos preservará de los riesgos y las desgracias de la existencia, le pondrá un límite a la mortificación gozosa. Y parafraseando al poeta Octavio Paz, si el amor es tiempo, no puede ser eterno, tiene una condena, a saber: extinguirse o transformarse. Está versión dialoga en profunda sintonía con las ideas que trajimos de la filosofía junto a Badiou y Han, el amor como construcción que se posibilita en su reinvención porque en definitiva es la "durabilidad" (tiempo) lo que lo pone en jaque. En palabras de Octavio Paz (1993): "El amor no vence a la muerte: es una apuesta contra el tiempo y sus accidentes. Por el amor vislumbramos, en esta vida, a la otra vida. No a la vida eterna (...) sino a la vivacidad pura (...) vivacidad pura, latido del tiempo" (Paz, 2011, p. 220).
Referencias Bibliográficas
● Badiou, A. (2012). Elogio del amor. Editorial Paidós, Buenos Aires: Argentina.
● Han, B-Ch. (2012). La agonía del eros. Editorial Herder, Buenos Aires: Argentina.
● Hazaki, C. (2019). Modo Cyborg. Editorial Topia, Buenos Aires: Argentina
● Lacan, J. (2008). El seminario VIII: La transferencia. Editorial Paidós, Buenos Aires: Argentina.
● Lacan, J. (2008). El seminario X: La angustia. Editorial Paidós, Buenos Aires: Argentina.
● Lacan, J. (2008). El seminario XI: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Editorial Paidós, Buenos Aires: Argentina.
● Paz, O. (2011). La llama doble. Amor y erotismo. Editorial Seix Barral, México D.F: México.
Florencia González. Psicoanalista. Pasante del Centro de Salud Mental N°1 “Dr. Hugo Rosarios”. Docente UBA. Investigadora UBACyT.
Ramiro Gimeno. Psicoanalista. Becario Honorario del Centro de Salud mental N°1. Docente de Teoría Y Práctica En Psicoanálisis. Investigador Universidad CAECE.