Devenir adolescente en aislamiento. Paradojas de este Imposible simbólico(*)

Alejandra Ruibal

Para referirnos, en este caso a las adolescencias y sus procesos, podríamos decir que la adolescencia es la etapa de la vida que mejor representa un paradigma filosófico. Gilles Deleuze (1991) dice que la filosofía es cuestionamiento, que es un cuestionamiento abierto sobre la realidad y no una verdad impuesta o trascendente. De lo cual pueden darnos cátedra los adolescentes.

La adolescencia es un tiempo de “entretiempos”, de pliegues, de movimientos y detenciones, de mesetas, de derrames. De multiplicidades. De sentidos. De potencia deseante. De diferencia y repetición.
Así, podemos sostener que las adolescencias son eminentemente Deleuzianas.

Hablamos de las adolescencias. No podemos hablar de una adolescencia. Las subjetividades adolescentes se constituyen acorde a las inequitativas realidades materiales, a las propuestas identificatorias, a los ideales, a las prohibiciones y también en relación a las carencias simbólicas que se reconocen en todas las culturas, como imposibles identificatorios que cada cultura produce.

El modo de presentación que se comprueba de las adolescencias en pandemia, me permite afirmar que los adolescentes son los que mejor vienen comprendiendo la necesidad de respetar las leyes y ser solidarios.

Los psicoanalistas conocemos el mecanismo psíquico de la negación de lo que se percibe. Consiste en la aceptación y rechazo a la vez de esa percepción. El grupo etario que más presenta esta característica, no es el adolescente, muy por el contrario, sino los adultos entre 25 y 35 años.

Dice Alicia Stolkiner (2020): “No hay que fomentar el miedo, sino el cuidado de los otros”. Este mensaje hacia los adolescentes es fundamental, dado que ellos no son la población de mayor riesgo, pero sí pueden contagiar a otros que lo son. Pero esto tiene que estar acompañado del mensaje de que ellos se van a saber cuidar, esa seguridad se la tenemos que transmitir los adultos. No promoviendo el miedo a la muerte sino el sentido de la responsabilidad. Convocándolos a un posicionamiento de sujetos éticos y no de sujetos disciplinados. Los adultos debemos aportar las categorías simbólicas que apunten a la construcción de legalidades éticas sostenidas en el amor al semejante. Que a su vez contribuye a la reconstrucción del lazo social en la apertura gradual del aislamiento. Teniendo en cuenta lo dicho por Beatriz Janin (2020), que no sólo se trata de sobrevivir, sino de vivir. Es necesario cuidarse y cuidar a otros, pero también sostener los proyectos, los anhelos. Y los encuentros posibles.

Para sostenerlos y acompañarlos, hay que empezar por reconocerles el lugar protagónico que tuvieron en la aceptación e incorporación de las pautas de cuidado y de aislamiento. Sabemos de su potencia colectiva. Y sabemos que cuando los adolescentes se quieren sublevar, lo hacen. Como dijo Gabriel Lerner (2020).

Ese reconocimiento precisa del estar disponibles encontrando la distancia óptima para acompañar sin invadir.

A su vez, y fundamentalmente, respetar sus derechos y escuchar sus voces. En los distintos ámbitos donde se expresan. En la familia, la escuela, la justicia, en lo referido a su salud integral, en todos los colectivos sociales que habitan.

Es imprescindible, entonces, incluir sus perspectivas en las políticas públicas, si queremos que sean sustentables. Y por supuesto en todas ellas, incorporar la perspectiva de género.

No les inventemos patologías. Los adolescentes están tristes, muchos de ellos desesperados por todo lo perdido y lo que temen no recuperar jamás. Están angustiados, no saben qué hacer con sus temores y los de los que los rodean, no pueden tramitar sus propias emociones y las de otros.

No se trata de una pandemia de enfermedades mentales. Es el padecimiento psíquico que deviene de la pandemia. Escuchemos su sufrimiento, acompañemos sus sueños y desvelos, juguemos, inventemos nuevos mundos y modos de conexión.

La orientación de las políticas públicas y de los profesionales que tenemos incumbencia en la vida de los adolescentes, desde la salud o la educación, así como los adultos de su círculo afectivo, nos encontramos en la tarea de acompañar a los adolescentes en los ritos de pasaje que quedaron truncos, buscando formas elaborativas de lo que se pierde en el camino, entendiendo que los rituales son constituyentes del psiquismo.

Existe para todo ser humano la necesidad de elaborar en una dimensión singular lo que le ha resultado traumático. Ante lo cual, el objetivo de la terapia psicoanalítica es lograr el olvido ya no sobre la base de la represión sino en función de la ligazón a lo representable, en función de un ensamblaje, que posibilite su desinvestimiento, para encauzarse en un nuevo deseo. Las problemáticas que afrontan los adolescentes, la caída de sus proyectos, la postergación de la posibilidad de habitar espacios propios, de construir y construirse a sí mismos en nuevos lazos a experimentar por fuera de lo familiar, toman esa dimensión traumática.

La educación por la vía virtual priva a las y los adolescentes de ensayar su intervención sobre la realización de una experiencia colectiva de aprendizaje compartido. Efectos, como ingresar en la plataforma zoom sin su imagen para seguir durmiendo, no hablan de su falta de deseo sino que denuncian la refracción que la pantalla implica para su subjetividad.

Sobre ellos pesa el temor de contagiar a los padres, cuya intensidad se corresponde con las fantasías de parricidio, propias del devenir adolescente, que en algunos casos los sumerge en la inhibición de cualquier acción que los ubique afuera.

Nuestra labor terapéutica es ayudar a encontrar la diferencia en lo que se repite, lo que es propio de la subjetividad, del psiquismo. La dimensión de cambio, de devenir muchas veces la tenemos que aportar nosotros, introduciendo las categorías de espacio y tiempo como en los tiempos iniciales de la constitución psíquica.

Las adolescencias atraviesan aislamientos, es esperable que eso ocurra, donde al mismo tiempo están comunicadas, no son autistas. A los adolescentes hoy les toca compartir el encierro con otros, lo que a su vez profundiza el auto encierro, necesario para recrear un mundo interno que dé cierta pausa a la irrupción puberal y a los cambios que se producen ante la mirada del otro.

Desde el aporte de Winnicott (1993), podemos pensar como necesario en las adolescencias el sentimiento de continuidad y ritmo, la inscripción de una frecuencia, para poder crecer y crear. Pero a la vez hay un movimiento en el que el sujeto adolescente, para crecer y diferenciarse, para autonomizarse  del mundo adulto precisa entrar en crisis con cierta continuidad porque, de lo contrario, se genera un sentimiento de detención que es vivido y leído como retroceso.

Esta pausa que se escucha, este intervalo temporal, les permitió a algunos jóvenes involucrarse con procesos subjetivos profundos y necesarios para el armado de sus proyectos identificatorios, que en los tiempos de vertiginosidad contemporánea se ven muchas veces dificultados. Entre otras cuestiones cruciales, se tramita la revisión de la identidad sexual, la identidad de género, así como la vocacional. La vacilación de identificaciones estructurantes en torno al cuerpo, el entramado familiar y social circundante, ponen en jaque la autopercepción y la presencia del “otro real” que imprime una exigencia mayor al trabajo psíquico. Esta pausa alivia ese encuentro, pero a la vez detiene el movimiento.

En los dispositivos clínicos, ante la imposibilidad de la continuidad de la atención presencial recreamos modalidades de encuentro posibles que alojan las particularidades de cada situación. Sesiones por teléfono, por Zoom, video llamadas, mensajes de texto, chats.

Algunos necesitaron mirarse para encontrarse. A otros los ayudamos a sacar su imagen del Zoom para no perderse en su espejo y poder escucharse. Se construye el dispositivo de manera artesanal, que se sostiene desde los lugares más diversos en la búsqueda de intimidad.

Aquí me interesa destacar cómo Salud y Educación estamos íntimamente ligados a la hora de pensar el bienestar de los adolescentes y jóvenes. En la armado de dispositivos que los alojen, estamos llamados a construir redes de sostén con el ámbito escolar. Buscando referentes que apuntalen la relación del adolescente con la continuidad de sus lugares de pertenencia, ofreciendo nuestra mirada clínica.

Este tipo de intervención en red, supone una acción de sostén tanto para los pacientes y sus familias como para los profesionales y educadores. Parafraseando: “lo que están cerradas son las aulas, no la escuela”, del mismo modo, están cerrados los consultorios, no los encuentros terapéuticos. Espacios que están sostenidos por profesionales éticos, que responden y actúan más allá del marco que ofrecen las instituciones en las que se desempeñan.

Para finalizar diría que:

Los procesos de subjetivación contemporánea declaman por los derechos a adolescencias diversas. A existenciarios sin etiquetas.

Los adolescentes hablan, sólo hay que escucharlos.

Despatologizando diferencias, en la clínica, en las aulas, en la vida.

Referencias Bibliográficas:

● Deleuze, G. & Guattari, F. (1991). ¿Qué es la filosofía?. Ed. Anagrama.

● Deleuze, G & Guattari, F. (1980). Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Ed. Pre-Textos.

● Stolkiner, Alicia. (2020). En nota de Javier Borelli publicada en el Diario Tiempo Argentino el 30 de agosto.

● Janin, B. (2020). En Encuentro virtual sobre “Derechos de infancias y adolescencias en pandemia”. En la Legislatura Porteña, organizado por la “Comisión de la Mujer, Infancia, Adolescencia y Juventud.” El 17 de Julio.

● Lerner, G.. (2020). En Encuentro virtual sobre “Derechos de infancias y adolescencias en pandemia”. En la Legislatura Porteña, organizado por la “Comisión de la Mujer, Infancia, Adolescencia y Juventud.” El 17 de Julio.

● Winnicott, D. W. (1993). Realidad y Juego. Ed. Gedisa.

*Versión del Trabajo presentado en el Panel virtual: “Adolesciendo en pandemia: realidades y desafíos actuales”. En la Legislatura Porteña, organizado por la “Comisión de la Mujer, Infancia, Adolescencia y Juventud.” Septiembre 2020.

Alejandra Ruibal. Psicóloga. Psicoanalista. Profesional de la Salud Pública de la Cdad. de Bs As. Coordinadora del Eq. de Adolescentes y Adultos Jóvenes del Centro de Salud Mental N°1 "Dr. Hugo Rosarios". GCBA. Docente universitaria, UBA. Miembro de Forum Infancias.

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