El deseo del analista en su relación con el psicoanálisis

Santiago Avogadro

Porque nombrar a alguien analista, nadie puede hacerlo, y Freud no nombró a ninguno. Dar anillos a los iniciados no es nombrar. De allí que mi proposición de que el analista no se hystoriza más que por sí mismo: hecho patente. E incluso si se hace confirmar por una garantía.
Jacques Lacan.

Comencemos este recorrido con una breve anécdota: transcurrido ya cierto tiempo de transitar diversos espacios destinados a “profesionales en formación” en salud mental, recibo la siguiente pregunta de un médico formándose como psiquiatra: “¿Qué es lo que hay que hacer para poner en el currículum que uno es psicoanalista?”.

En su momento dicha pregunta me hizo advertir la potencia de la afirmación de Lacan: el analista no se autoriza más que por sí mismo. Pero por sobre las discusiones acerca del análisis del analista, de las garantías institucionales y de aquellos otros ante y por quienes el analista se autoriza, ubiquemos que dicha afirmación nos pone ante la pregunta por la relación del analista, o el analista en formación, con el psicoanálisis.

No es difícil advertir que una pregunta así está formulada por alguien cuyo deseo no está en relación con el psicoanálisis. Afirmarse como psicoanalista no se vuelve para él una cuestión sintomática, sino algo que se resuelve con un hacer. Dicho de otra manera, el psicoanálisis no lo toca en su existencia –y no tiene por qué hacerlo, claro está.

Para avanzar debemos ubicar dos cosas. Hoy en día la formación en psicoanálisis no se da exclusivamente en las instituciones psicoanalíticas. Haciendo referencia particularmente al estudio de la teoría encontramos, en el ámbito académico, desde carreras de especialización con orientación psicoanalítica hasta maestrías en psicoanálisis. Fuera de la academia, los hospitales son un ejemplo de lugares donde circulan diversas ofertas de formación en psicoanálisis. Pero no es este el tema que nos interesa recorrer aquí. Por otra parte, bien sabemos que la academia no es equiparable al discurso universitario y que la transmisión acontece en todos estos otros espacios. El eje que acompaña esta cuestión (carreras de especialización, cursos con certificación oficial, etc…) y nos interesa destacar es el empuje acumulativo que lleva la necesidad de contar con certificaciones oficiales. Para decirlo de otra manera, quién no ha escuchado alguna vez la pregunta por cuánto puntaje otorga tal o cual curso.

El puntaje y el cuantioso currículum es lo que se necesita hoy para poder “competir” en un concurso o trabajar en una institución. Sumar puntos es una tarea que nunca es suficiente. En otras palabras, podemos situar que un efecto del neoliberalismo1 en el sujeto del deseo es la importancia de acumular papelitos. Sabemos su contracara que esta vez sí podemos formalizar con el discurso universitario: el astudé2 que verifica su falta respecto de un saber que se ubica en el lugar de agente3 .

¡Pero ojo! No perdamos el foco. No se trata de renegar de ciertas coordenadas de la época ni de estar en contra de los recorridos académicos que pueden garantizar, con sus títulos y certificaciones, la adquisición de un conocimiento. De lo que se trata es de no perder de vista que una cosa es el conocimiento y otra el saber, al que recortamos cuando la persona está implicada, causada y tocada por eso4 (Rubio, 2017).

Tomemos aquí las palabras de Juan Mitre para pensar la posición ante la formación:

O se toma la formación como un objeto a consumir o se toma la formación como una experiencia […] La formación, si la pensamos como una experiencia, también puede ser un viaje o una aventura: un viaje incierto. No es posible controlar la formación, como tampoco es posible controlar las transferencias (2014, p. 148).

Si la formación es un objeto (conocimiento) a consumir, su único destino es el currículum y el único lugar para el profesional en formación es la del alumno. A esta formación la podemos llamar profesionalista (Rubio, 2017). Si la formación es una experiencia que implica que quien la transita está implicado subjetivamente, esta puede ir al currículum y hacer un uso de él, pero las preguntas que causan su formación e interrogan su práctica lo comprometen en su deseo.

Que el analista no se autoriza más que por sí mismo señala entonces que en el centro de la cuestión está aquello que compromete, es decir el deseo, al analista en su relación con el psicoanálisis. No hay ningún Otro que pueda garantizar (¡sí causar!) un deseo de psicoanálisis5 .

Dicho de otra manera: una cosa es la habilitación de un título y una matrícula, en serie con ello podemos poner la acreditación de la CONEAU o del ministerio de salud, y otra cosa muy diferente es la autorización del analista (con/por/ante otros) comprometido ante la angustia de su acto.

Psicoanálisis, ¿a secas?

Ya no son pocas las veces en las que una derivación a un dispositivo particular se sustenta en que allí los analistas son “especialistas” en la temática. A modo de ejemplo, derivaciones que llegan a la cigarra afirmando que somos “especialistas en psicosis”.

Tomando el ejemplo de la cigarra, es claro que estas derivaciones están dirigidas a un dispositivo que aloja pacientes con autismo y con psicosis, con la experiencia y el estudio sobre el tema que esto puede implicar, pero la pregunta que nos interroga es otra: ¿Se podría hablar de psicoanalistas especialistas en algo? ¿Acaso cualquier especialización no coagularía sentidos? ¿Posicionarse como especialistas no es ya un modo de relacionarse con el psicoanálisis?

En El deseo de filosofía y el mundo contemporáneo, Badiou (2010) se detiene en este tema ubicando lo siguiente: “como sabemos, es un mundo [el nuestro] esencialmente especializado y fragmentario. Está disgregado en respuesta a las demandas de las innumerables ramificaciones de la configuración técnica de las cosas” (p. 51). Al filósofo francés le interesa pensar cómo la especialización conlleva una tecnificación que pone en tensión la dimensión universal de la filosofía.

Por nuestra parte, la práctica del psicoanálisis, que cuenta con sus conceptos fundamentales que establecen su campo de experiencia y que permiten orientar una práctica posible, también encuentra hoy una división técnica. No sólo escuchamos a psicoanalistas especialistas en algún campo de la clínica, sino también a psicoanalistas con diversas perspectivas. En el primer caso, a lo que nos enfrentamos es al borde de hacer de una especificidad, o un recorrido sobre alguna problemática clínica particular, la garantía de un saber hacer. Siguiendo nuestro recorrido, podemos incluso asociar este problema a la formación profesionalista.

En el segundo caso conviene detenernos con más precaución. Clásicamente el psicoanálisis fue referenciado según sus diversas tradiciones y teorías, y muchas veces directamente por algún nombre propio6 : psicoanálisis freudiano, del yo, kleiniano, del self, lacaniano, winnicottiano… Desde hace varios años que se ha instalado una nueva forma de referirse al psicoanálisis: psicoanálisis con perspectiva de género7.

Podemos decir que la forma en que cada psicoanalista se denomina da cuenta de su recorrido, de sus transferencias y de la forma en que recorta su campo de experiencia. Pero a diferencia del resto de las corrientes, el psicoanálisis con perspectiva de género instala un nuevo marco teórico con una particularidad nueva: no se trata del diálogo y de interrogantes cruzados entre el psicoanálisis y otra disciplina, sino de una teoría psicoanalítica, y por ende una práctica, donde la perspectiva política es parte de su clínica. Ubiquemos dos preguntas sin ánimo de responderlas: ¿Qué respaldo busca quien se dirige de forma intencional a un analista que se presenta y se nombra como psicoanalista con perspectiva de género? ¿Qué variante técnica presenta este nuevo psicoanálisis?

En el Seminario 12: Problemas cruciales para el psicoanálisis encontramos la siguiente afirmación de Lacan (1964-1965, clase del 03/02/65): “La neurosis de transferencia es una neurosis del analista”. Otra forma de referenciar esto lo podemos decir de la siguiente manera: “no hay otra resistencia al análisis sino la del analista mismo” (Lacan, 1958, p. 568). En este sentido, cada psicoanálisis, y cada practicante, pondrá a trabajar a su manera los problemas en relación con la persona del analista en la cura y la idea freudiana de abstinencia. A su vez, para poder establecer nuevos diálogos entre diversos psicoanálisis, y sus diversas prácticas, hay que dejarse interrogar.

Para finalizar este apartado retomemos nuestra idea inicial: todo intento de nombrar o atrapar a priori qué sería un psicoanalista queda diluido si situamos, con Lacan, que el analista es un efecto. En otras palabras, sólo podemos leer que hubo allí analista (hubo allí un efecto analítico), siempre a posteriori8 .

El analista y su hospital

Como punto final nos queda detenernos en el lazo del analista con su institución, en este caso con su hospital como lugar de su práctica y principalmente como un lugar de su formación.

Planteemos una única pregunta y ensayemos una respuesta posible: ¿Qué función tendría para un analista referirse (ubicarse, nombrarse) en relación con su hospital? En primer lugar, ubicar que allí acontece un lazo de intercambio y de confianza que permite sostener una posición desde la cual operar. En segundo lugar, franqueando el mito de la garantía donde el hospital garantizaría una formación concluyente, podemos ubicar más bien que el hospital dejó una marca en su formación.

Notas

1. Tomamos de Foucault (1978-1979) la clásica referencia al neoliberalismo como la demanda de que cada uno se vuelva empresario de sí mismo. “Lo distintivo de este sujeto es el proceso mismo de mejora de sí al que se ve conducido, que lo lleva a perfeccionar sin cesar sus resultados y sus rendimientos” (Laval & Dardot, 2013, p. 338). El punto central es el sin cesar. Se trata entonces de un proceso que no cesa de producir una deuda.

2. Neologismo que remite tanto a la palabra estudiante como a la palabra estúpido, y que hace referencia a la imposición ejercida sobre los estudiantes y a la pasividad de estos. “El estudiante se siente astudado. Está astudado porque, como todo trabajador, - guíense por los otros pequeños órdenes-, tiene que producir algo” (Lacan, 1969-1970, p. 111). Si en el discurso del amo tenemos al amo y al esclavo, en el discurso universitario tenemos al profesor (saber) y al alumno.

3. Mientras que el gran secreto del psicoanálisis es que no hay Otro del Otro, en el campo de la formación en salud mental ya se ha encontrado la garantía: se trata de los formadores de-formadores.

4. De igual manera podemos remarcar esta distinción entre diversas propuestas terapéuticas. No es lo mismo una práctica que evalúa e indica pautas a seguir desde un saber anónimo, que “el psicoanálisis [que] como terapia y como teoría, es el único dominio de la psicología que hoy considera esta cuestión y da crédito al sujeto de un saber acerca de lo que lo atormenta. Aquello que distingue al psicoanálisis de otras terapias es que busca al sujeto en el sufrimiento” (L´Heuillet, 2008, p. 26).

5. Expresión que Roberto Harari toma del “deseo de filosofía” que presenta Alain Badiou en su texto El deseo de filosofía y el mundo contemporáneo.

6. Diferencia que no queremos dejar de señalar.

7. Así como no hay un único psicoanálisis tampoco hay una única perspectiva de género o un único feminismo. Advertimos entonces que los cruces pueden ser varios.

8. Variable que por momentos queda olvidada en los debates actuales sobre la presencia del analista en forma virtual.

Referencias Bibliográficas

● Badiou, A. (2010). El deseo de filosofía y el mundo contemporáneo. En La filosofía, otra vez (pp. 49-66). Madrid: Errata naturae.

● Foucault, M. (1978-1979). Nacimiento de la biopolítica: curso en el Collage de France (1978-1979). Buenos Aires: Fondo de cultura económica, 2007.

● Lacan, J. (1958). La dirección de la cura y los principios de su poder. En Escritos 2 (2° Ed.), Siglo XXI Editores: Buenos Aires, 2008.

● Lacan, J. (1964-1965). Seminario 12: Problemas cruciales para el psicoanálisis. Inédito.

● Lacan, J. (1969-1970). Seminario 17: El reverso del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, 1992.

● Laval, C. & Dardot, P. (2013).La nueva razón del mundo. Ensayo sobre la sociedad neoliberal. Barcelona: Gedisa.

● L´Heuillet, H. (2008). El psicoanálisis es un humanismo. Buenos Aires: Letra Viva.

● Mitre, J. (2014). ¿Por qué pasé por la cigarra? En: entreUnos #0, pp.147-149. Recuperado en http://entreunos.com/publicaciones.php?id=1

● Rubio, J.M. (2017). Lenguajes y discursos: Interdisciplina, transdisciplina, Universidad, Hospital, Institución psicoanalítica. Buenos Aires: Letra Viva.

Santiago Avogadro. Psicoanalista. Integrante del equipo de adultos (turno tarde) de consultorios externos y del hospital de día infantil “la cigarra” del Centro de Salud Mental N° 1 “Dr. Hugo Rosarios”. Docente de la P.P. “La clínica en la emergencia” (UBA).

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