Ensayo psicoanalítico: el legado de Freud

Esteban Espejo

Los y las psicoanalistas pudimos heredar la práctica y teoría psicoanalítica a partir de los escritos de su fundador. Estos escritos se transmitieron de un modo particular: el género ensayístico. En la pasantía del “Espacio de Investigación en Psicoanálisis del Centro Nº 1” hemos intentado seguir ese legado literario. Por eso, una de las condiciones para sostener la pasantía fue la producción de un ensayo de investigación. Frente a la situación de intemperie donde nos suele ubicar la escritura, en 2012 creamos un dispositivo: “Taller de ensayo psicoanalítico”. Se mantuvo con frecuencia hasta 2015 y luego realizamos encuentros esporádicos. En el taller no se trataba de anular la intemperie, sino de recorrerla con nuevas brújulas, extraer sus secretos y azares, tropezar con los conceptos y casos clínicos para resignificarlos.

El taller estaba dividido en dos momentos. En uno, leíamos y discutíamos ensayos de literatura, filosofía o psicoanálisis que abordaban la temática de la escritura. En el segundo, trabajábamos grupalmente sobre el escrito de un/a analista del Centro 1 (solían tratarse de pasantes pero no únicamente). Podía tratarse de un escrito avanzado como también de bocetos, fragmentos o citas aisladas. Allí se intentaba cernir el tema del ensayo y una o dos preguntas del/la analista. Además, se pensaban distintas posibilidades estéticas y argumentales del desarrollo. En un espacio aparte del taller, podía hacerse un seguimiento individual de los avances de escritura.

El taller permitía poner a trabajar lo que generalmente se presentaba como síntoma, inhibición o angustia del/la analista: escribir con nombre propio en función de analista; que los Otros de la institución nos lean; dar cuenta de un caso clínico o recorrer una pregunta como analistas. De allí la sensación de intemperie a la que aludíamos antes. Y la sorpresa y alegría que nos despertaba compartir esa intemperie, y que por más técnicas y lecturas que dispusiera cada uno/a siempre nos enfrentábamos con el no-saber y la soledad.

Uno de los textos que trabajamos en el taller fue Escribir, de Marguerite Duras:

Hallarse en un agujero, en el fondo de un agujero, en una soledad casi total y descubrir que sólo la escritura te salvará. No tener ningún argumento para el libro, ninguna idea de libro es encontrarse, delante de un libro. Una inmensidad vacía. Un libro posible. Delante de nada. Delante de algo así como una escritura viva y desnuda, como terrible, terrible de superar. Creo que la persona que escribe no tiene idea respecto al libro, que tiene las manos vacías, la cabeza vacía, y que, de esa aventura del libro, sólo conoce la escritura seca y desnuda, sin futuro, sin eco, lejana, con sus reglas de oro, elementales: la ortografía, el sentido.

El acto de escribir no está determinado por ninguna regla o estilo, pero sí está condicionado por el género y los conceptos y preguntas que se trabajen. En nuestro marco de trabajo, el género era el ensayo y los conceptos surgían de la clínica psicoanalítica. Más que determinantes, pensamos estos condicionantes como orientadores en el “insensato juego de escribir”, como expresó Mallarmé.

En el taller reflexionamos sobre la diferencia entre un ensayo y un artículo de investigación. El sujeto que interviene en el ensayo está expuesto desde la primera palabra: escribe porque sabe que algo le falta. Lo que da-a-ver (para retomar la fórmula lacaniana de la obra de arte que sugiere en el Seminario 11) es un trabajo sobre el vacío. En cambio, el sujeto de la ciencia está objetivizado desde los comienzos de la ciencia moderna; es decir, el autor de ciencia reniega de su falta, porque exponerse implicaría poner en riesgo el tipo de conocimiento al que se dirige. El discurso psicoanalítico no conoce, pone en acto un saber interrumpido donde se apuesta el deseo.

Escribir un ensayo desde el psicoanálisis implica poner en acto dos faltas: la falta del que escribe y la de los temas o conceptos del psicoanálisis. Ensayar es el riesgo que elige quien lo único que sabe es que no hay garantías: ¿cómo podríamos completar un concepto o sellar las significaciones de un analizante (si el escrito es sobre un caso clínico)? Pero no es un camino a pura pérdida: el recorrido pulsional produce un texto, un plus de goce que encuentra la dignidad del deseo.

No se puede escribir sin la fuerza del cuerpo. Para abordar la escritura hay que ser más fuerte que uno mismo, hay que ser más fuerte que lo que se escribe. Es algo curioso, sí. No es sólo la escritura, lo escrito, también los gritos de las bestias de la noche, los de todos, los vuestros y los míos, los de los perros. De repente todo cobra un sentido relacionado con la escritura, es para enloquecer. (M. Duras)

El yo que podemos rastrear en cualquier ensayo mantiene la misma ambigüedad que el yo que encontramos en cada análisis: se muestra, se retrae, se expande, se eclipsa. Esas variantes son causadas por el inconsciente. En “Una dificultad del psicoanálisis” (1917), Freud (1992) dice: “[En las neurosis] el yo se siente incómodo, tropieza con límites a su poder en su propia casa, el alma. De pronto afloran pensamientos que no se sabe de dónde vienen; tampoco se puede hacer nada para expulsarlos. Y estos huéspedes extraños hasta parecen más poderosos que los sometidos al yo; resisten todos los ya acreditados recursos de la voluntad” (p.133).

Es conocido que uno de los premios que más enorgulleció a Freud fue el “Premio Goethe”. Su pasión por el inconsciente no fue mayor que su pasión por la escritura. Freud ensayó preguntas que no sabía adónde lo conducirían; luego ensayó respuestas que lo abrirían a nuevas preguntas. En cada texto freudiano se relata la problematización de un concepto, su carácter tentativo, indefinido, que lo vuelve más atrayente cuanto más le deja la firma de la incertidumbre. Cuando parece que va a concluir con un tema, escribe una frase extraña y advierte que en un próximo escrito retomará ese interrogante, o introduce una nota al pie que resquebraja nuestra feliz credulidad de haberlo comprendido. Freud horada los síntomas de la ciencia: unidad y completud, que terminan forcluyendo aquello que en el sujeto resiste cualquier sustancialización: esa brutal tachadura de no saber lo que somos porque no sabemos lo que decimos. Sin embargo, el estilo de Freud no renuncia al encuentro de verdades, a la creación de unidades conceptuales, por más tentativas que sean. La escritura psicoanalítica queda a mitad de camino, en un limbo verbal, entre las unidades conceptuales y la fragmentación a la que nos arrojan sus contenidos.

La verdad que portan los significantes es fragmentaria e inacabada, y el analista nunca puede anticiparse. De aquí la regla fundamental: asociar toda palabra, por más nimia, inútil, escandalosa, contradictoria o estúpida que sea. Si invertimos los adjetivos nos encontraremos con las características del lenguaje para la ciencia moderna y los fundamentos de la modernidad: ideas “claras y distintas”, como pretendió Descartes; palabras importantes, útiles, morales, coherentes, inteligentes. La ciencia moderna pretendió una verdad objetiva y universal para validar el conocimiento; la verdad queda degradada al valor de utensilio entre la razón del Yo y sus objetos calculables. La palabra del inconsciente, en cambio, es verdadera porque acierta en el fallido.

En cuanto a su prosa, podemos ubicar que fue un excelente argumentador: frente a una hipótesis recurría a una buena cantidad de supuestos, justificaciones y autocríticas que luego iba desmontando de a poco, invitando al lector, haciéndolo cómplice de ese trayecto. Pero ser un excelente argumentador no basta para ser un gran ensayista. El ensayo, como género literario, necesita más que un buen armado conceptual donde fundar la investigación. Freud dice que el Yo (como si éste fuera un personaje) se siente incómodo en su propia casa porque la habitan extraños huéspedes. Freud es un excelente ensayista porque para cada fundamento conceptual nos trae una imagen o un adjetivo literario expresado con un determinado ritmo poético. Por ejemplo, los pasajes del capítulo 4 y 5 del “Más allá…” donde llega al concepto de pulsión de muerte están construidos con una impecable argumentación y con imágenes literarias que van de la biología a la especulación metafísica y concluyen en frases como ésta: “La meta de toda vida es la muerte. (…) Lo inanimado estuvo ahí antes que lo vivo” (Freud, 2001, p.38). Así aprendimos psicoanálisis, leyendo literatura sin darnos cuenta. Por eso, la transferencia que tenemos hacia Freud no es sólo la admiración a la autoridad que creó la teoría e inventó nuestra práctica. Es amor a su decir.

Otro caso. En “Sobre la iniciación del tratamiento”, refiriéndose al costo del dinero en un análisis, concluye: “Es lícito decir que los enfermos han hecho un buen negocio. No hay en la vida nada más costoso que la enfermedad y… la estupidez” (Freud, 1995, p.134). Éste es otro procedimiento freudiano, tan común a Lacan: la escritura que actúa como una interpretación, la escritura que corta para sostener el equívoco o resignificar una frase. Viene puntuando las dudas y críticas hacia el método analítico acerca del dinero y la incertidumbre de su éxito. Entonces, ¿qué necesidad argumentativa le hace agregar a la frase el costo de “la estupidez”? Ninguna. Ahí es donde lo pescamos como el gran ensayista que es, cuando se escribe más allá de la argumentación, de la utilidad conceptual. Es posible que haya dudado en dejar esa palabrita: “estupidez”; es en la decisión de dejarla donde permite que ello escriba.

Cada libro, como cada escritor, tiene un pasaje difícil, insoslayable. Y debe optar por dejarse este error en el libro para que siga siendo un verdadero libro, no una falsedad. (M. Duras)

Por otra parte, Freud hace uso de la libertad del género ensayístico que nos permite comenzar y terminar en un comentario que bien podría ser una nota al pie o un comentario que omitiríamos en un artículo de investigación. Lo que más importa en el ensayo es el rodeo, el camino, el movimiento, no la objetividad de la meta ni la veracidad de un comienzo. Freud lo sabía. Claro que Freud hizo de ese movimiento, como pocos ensayistas, la construcción conceptual para fundar una práctica.

Referencias Bibliográficas
Duras, M.: Escribir. Barcelona: Tusquets; 1994.
Freud, S.: Obras Completas, Tomo XII. Bs. As.: Amorrortu; 1995.
Freud, S.: Obras Completas, Tomo XVII; Bs. As.: Amorrortu; 1989.
Freud, S.: Obras Completas, Tomo XVIII. Bs. As.: Amorrortu; 2001.
Lacan, J.: El Seminario, Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Bs. As.: Ed. Paidós, 2006.

Esteban Espejo es psicoanalista y pasante del Centro Nº 1. Es autor del poemario Muerde memoria y del ensayo Casi nada, casi ser. Ensayo filosófico-poético. Es docente de psicoanálisis en UNGS y en cursos de formación. Fue coordinador del “Taller de ensayo psicoanalítico” en el Centro Nº 1.

Scroll to Top