Entrevista a Sergio Zabalza

Esteban Espejo y Nicolás Maccora

Te agradecemos por participar en este número de la Revista Ensayos. En el Centro Nº 1 te escuchamos en muchas oportunidades. Además, estuvimos leyendo varios de tus textos donde trabajás las coordenadas de la época y la relación entre el capitalismo y la clínica psicoanalítica.

En tus escritos, caracterizás la época actual por la paradoja de una tragedia de la ausencia de tragedia y por la ilusión de que nada es imposible. A la luz de la pandemia actual y el confinamiento, ¿cómo pensás que va a repercutir o que está repercutiendo con relación a esa paradoja?

Efectivamente, la ausencia de tragedia es una de las maneras de abordar lo que es el escenario de la locura. Desde el punto de vista psicoanalítico, la locura es la compañera del ser hablante. Freud, a propósito del trabajo sobre Schreber, elabora su tesis sobre el narcisismo y toma esa escena paradigmática de un sujeto que se enamora de sí mismo y que termina muriendo. Luego lo amplía en “Introducción al narcisismo”. Para Lacan, en “Acerca de la causalidad psíquica”, dice que a propósito de las identificaciones y a través de esta locura el hombre se cree hombre. Podríamos ampliarlo para el ser hablante. También dice que la libertad es seguida por la locura como su sombra.

Estos textos vienen muy a propósito de lo que estamos viviendo acerca de cómo se manifiesta esta locura hoy en la pandemia a través de los banderazos donde esos sujetos aparecen en el Obelisco y en diferentes lugares con discursos delirantes. Jorge Alemán escribió que estos discursos esperan ser reconocidos. En esto disiento porque no creo que busquen reconocimiento, son grupos de personas que más bien se asimilan a la horda. Valga el oxímoron, la horda es un conjunto desorganizado de voluntades totalmente acéfalas. Estas hordas dicen disparates y por supuesto que detrás hay un poder económico que saca sus ventajas.

La locura es inherente a todo ser hablante. Si nosotros dijéramos: “Ahí están los locos y nosotros no tenemos nada que ver”, demostraríamos estar tan locos como ellos. Si aspiramos a no estar tan locos es porque reconocemos que la locura forma parte de nuestro ser narcisista. Por eso intentamos guiarnos por algo que conduzca a la convivencia y a la responsabilidad. La libertad sin responsabilidad es la locura. En “Acerca de la causalidad psíquica”, Lacan toma dos figuras aportadas por Hegel: el alma bella y la ley del corazón. En Hegel ambas figuras no coinciden, pero en Lacan sí para ilustrar su concepción de la locura. La ley del corazón es aquel que en función de una idea busca redimir al mundo sin estar advertido de que él mismo forma parte del mundo social al cual pretende denunciar. El alma bella desde la perspectiva lacaniana va muy en sintonía con esto y refiere a aquel que denuncia y se horroriza sin tener en cuenta que es causante del mismo desvarío que pretende denunciar. Esta es la locura. Aclaro que no necesariamente es la psicosis. Sabemos que hay sujetos psicóticos que tienen una dignidad ética muy superior a la de muchísimos neuróticos. El psicótico no puede ser un alma bella porque está confrontado con lo real, es decir, que sucumbe ante lo real o encuentra ese recurso que le permite llevar una vida más o menos digna. Para decirlo en términos gruesos, no se puede hacer el boludo ante lo real, como sí lo hace el neurótico que es efectivamente un cobarde por esencia. Entonces, tenemos esta manifestación en este periodo actual de la locura. Acá aparecen los grupos anticuarentena con disparates, de los que espero que en algún momento tengamos la chance de reflexionar.

Esta cuestión Lacan la retoma en la clase del 13 de diciembre del 61’ del Seminario 9, donde elabora el rasgo unario. Cuando está comentando los palotes de las cavernas y que esa serie de palotes de las cavernas convocaban a otra serie de palotes y donde él testimonia su elogio y admiración por ese hermano supuestamente primitivo, que según él está mucho más advertido de la materia psíquica que los psicoanalistas. En esta clase, se puede encontrar este rastro de “Acerca de la causalidad psíquica” que no tiene desperdicio y nos ilustra sobre la actual situación de la locura.

En el 78’, Lacan dijo “todo el mundo es loco”. Ya lo decía en el 46’. La roca dura de la castración, lo incurable se da porque la locura forma parte nuestra. La locura son las fantasías, los sueños, con la locura se puede hacer arte. La locura tiene mejores destinos que los banderazos en el Obelisco.

Retomando la pregunta que me hacían, la tragedia es la marca de lo traumático. Cuando se pretende borrar esa marca traumática o lo imposible estamos en la locura. La ausencia de tragedia nos sumerge en la locura porque implicaría creer que podemos todo. Es un poco hacia donde empuja la época a través del consumo, donde el discurso capitalista provoca que no haya límite, que nada alcanza y redunda en una inhibición generalizada, que constituye hoy una represión mucho peor que la del siglo XIX cuando inició el psicoanálisis.

Te nos estás adelantando a todas las preguntas que te queríamos hacer… Teníamos ganas de saber qué te parece que está pasando con la libertad, que fue consigna de muchas luchas populares en otro momento y ahora está siendo reivindicada por las posiciones más reaccionarias. ¿Qué uso se le hace en esta época a la libertad?

La estrategia de la derecha –cuando digo derecha, digo neoliberalismo– es vaciar de contenido las palabras claves de la convivencia democrática: la libertad, la república, la honestidad son palabras que se resignifican. Se les otorga una sustancia de cartón y, finalmente, se las aleja del discurso cotidiano, de la vida y terminan siendo entes abstractos que sólo sirven para justificar los reclamos más disparatados. Este reclamo de libertad lo que busca es el caos. El “yo hago lo que quiero”, esta insuflación del yo es precisamente el enmascaramiento detrás del cual está este reclamo de libertad. El año pasado, en el coloquio de Idea que reunió a los dueños de la Argentina, el lema era “Soy yo y es ahora”. Dominique Wolton, en un libro que se llama Pensar la comunicación, por la página 300 aproximadamente habla de un “individualismo de masas”.

La masa actual no es la misma de Freud, aunque “Psicología de las masas” siga totalmente vigente. Según Freud, hay un componente de amor hacia el líder en la masa, un amor loco, pero componente de amor al fin. En este individualismo de masas, en este reclamo de libertad no hay un carajo de amor. El Eros no está presente. Esta convocatoria de banderazos anticuarentena son marchas por la muerte. Además, se odian entre ellos, odian a todos. No me interesa idealizar al Eros, hay tanto Eros en un ejército porque necesita estar cohesionado como en los All Blacks cuando cantan el Haka y hacen la ceremonia y después van a la cancha a terminar con el equipo contrario. El Eros hace dialéctica y esa es su mejor virtud, el amor-odio del que hablaba Lacan. Acá es pulsión de muerte, no hay un “nosotros”, es simplemente la cuestión paranoica de buscar un otro, un adversario responsable de toda la maldad, de este disparate peligroso en sintonía con el lema que sostuvo al PRO del “sí se puede”. Fijate la articulación entre la libertad y el “sí se puede”: la civilización comienza con un “no”, un no al impulso y ahí empieza el pensamiento. En “La Negación”, Freud indica que se niega una afirmación primordial, allí empieza el pensamiento y armamos una realidad a partir de un “no”. El “sí se puede” es el testimonio de la barbarie neoliberal, donde es la pura insuflación del yo, donde no existe el amor. Esto lo dice Lacan en el texto “Hablo a las paredes”, donde señala que el capitalismo va en contra del amor, como en la conferencia del discurso capitalista que da en Milán. En el esquema del discurso capitalista, en el piso de abajo, no está la barrera que separa el lugar de la verdad del de la producción, es decir, no se pierde nada. Esa es la ausencia de tragedia. Estos tipos que sacan provecho de la anticuarentena no están dispuestos a perder nada.

¿Cómo podríamos pensar que estas cuestiones sobre la libertad, la ausencia de tragedia, la imposibilidad de inscribir una falta influyen en la clínica? ¿Cómo se articulan en el sujeto del deseo, que es al que apuntamos, entendiendo que si hay deseo habría inscripción del Nombre del Padre e inscripción de la falta?

En la clínica se advierte un empobrecimiento de la palabra. Tenemos sujetos aquejados por lo que los laboratorios llaman ataques de pánico, que son ataques de angustia que Freud tematizó a fines del siglo XIX. Los pacientes los llaman así porque no tienen otras palabras para decir: “estoy preocupado”, “frustrado”, “me siento mal”, “no puedo dormir” y poner en palabras la angustia que los aqueja. El desafío que tenemos hoy los practicantes del psicoanálisis es que enfrentamos sujetos que no pueden anudar las palabras al cuerpo. Es un punto decisivo por el confinamiento de los cuerpos en esta época. Ningún cuerpo goza solo, si hay un cuerpo implica otros cuerpos –esto dice Lacan en el seminario 19. Hay un comunismo de los cuerpos. No hay cosa que lo atestigüe mejor que esta pandemia, ya que mi salud depende de la de los demás.

Yendo al tema de la clínica, sabemos que el cuerpo no se arma de manera natural, es todo un trabajo anímico para constituir, dar consistencia a ese soma que nos es dado cuando nacemos. Hay todo un trabajo a partir del Otro que hace un sujeto para conformar una imagen lo suficientemente consistente para enmascarar ese ser despedazado que somos. Cuando emerge la angustia, emerge algo de ese despedazamiento que somos, esto está en la clase del 10 de diciembre de 1967 del seminario “La lógica del fantasma”. Ahí está muy claro donde dice Lacan que el cuerpo es el Otro. Lo que hoy tenemos en la clínica, en virtud de la ausencia de la tragedia, es el despedazamiento en acto: sujetos que en virtud del empobrecimiento de la palabra están llenos de síntomas corporales, salvajes y donde los analistas podemos facilitar que se vayan anudando las palabras a ese cuerpo. Son sujetos a los cuales les cuesta hablar, hacerse responsables de lo que dicen, que quieren soluciones rápidas, acechados por la ansiedad. Yo creo que este es un grado mayor de la insatisfacción por la que suele estar acechado el ser hablante, cuando algo del despedazamiento del cuerpo empieza a hacerse presente. Por ejemplo, el insomnio que con la pandemia cunde por todos lados; la ausencia de sueños es la ausencia de trabajo psíquico y esto es lo que tenemos en la clínica.

Nuestro desafío es despertar ese trabajo psíquico, poner alguna pregunta. Para esto tenemos que estar dispuestos a inventar y a echar mano de los recursos clínicos que Freud y Lacan brindaron. En la clínica con adolescentes, que son los sujetos más vulnerables, incluso que un bebé que está protegido por la ley, que están armando un cuerpo, que su soma es adulto y su psique es errática es donde tenemos que inventar maniobras como sentarnos al lado, trabajar con el celular; yo les tiro pelotitas de ping pong para que me las devuelvan, lo cual me ha resultado para que digan alguna palabra; “dar pelota”.

Hay una idea de apropiación individualista del cuerpo circulando, que habla por ejemplo de que “mi cuerpo es mío”, como si fuera una propiedad privada…, ¿pensás que es algo que se manifieste en la clínica, que es un efecto de la época?

A propósito de los discursos feministas hay cierto malentendido según el cual “el cuerpo es mío y hago lo que quiero”. Es falso. Judith Buttler dice que el cuerpo tiene una esfera pública. En mi cuerpo cargo con los otros, si no, no podría tenerlo, esto es lo que hace la diferencia con cualquier bicho en el planeta. Esto de que “mi cuerpo es mío” es falso y va contra la ética del psicoanálisis: la responsabilidad que tengo por mi cuerpo supone un Otro. El cuerpo es una alteridad, Lacan lo señala al final de su enseñanza cuando dice que el habla-ser tiene un cuerpo. Me gusta articular el ultimísimo Lacan con el primerísimo Freud, vamos al “Proyecto de psicología para neurólogos” de 1895, páginas 376 y 377, el complejo del prójimo. Dice Freud ahí: “El ser humano aprende a discernir a partir del objeto prójimo”. Es impresionante. El objeto prójimo se descompone en un componente susceptible de ser tramitado en una noticia del cuerpo propio y el otro constituye una cosa del mundo inaccesible al trabajo psíquico: La Cosa, Das Ding. Es decir, el semejante que tengo enfrente es una noticia en mi cuerpo, me constituye, pero además es absolutamente imprevisible. Lejos de remitir la pulsión a una cosa mitológica, la pulsión está en los ojos del otro, en el cuerpo del otro. Mi pulsión está en el prójimo.

Yo citaba recién “Los cuerpos atrapados en el discurso”, que es la clase del final del seminario 19, donde Lacan especifica que no hay un cuerpo gozando solo, hay series de cuerpos. Esto es Spinoza a full. Soy responsable de mi cuerpo, pero éste tiene una esfera social, no en vano nuestra época se distingue por este empuje a lo adictivo, no sólo a la sustancia, al trabajo, a la joda... Lo que distingue a la época es que este desprecio por el prójimo es correlativo de un desprecio del cuerpo: vamos al gimnasio, nos hacemos operaciones, con total falta de respeto por nuestro cuerpo que es el prójimo.

Hacés un movimiento en el que decís que la reivindicación individual del propio cuerpo es desmerecerse como cuerpo social. Creo que también está en relación con el ejercicio de la libertad. Teniendo en cuenta que estás proponiendo una idea de libertad vinculada al Otro, relacionada con un colectivo, ¿cómo podemos pensar la libertad en la clínica?, ¿hay libertad?, ¿el sujeto del deseo es libre?

La libertad es una palabra muy propicia para pensar nuestra práctica porque es como un frontón con el cual nos tenemos que interrogar todo el tiempo. En la clínica buscamos que un sujeto se haga responsable de su síntoma, uno podría decir: “uno no es libre porque está afectado por un síntoma, una determinación que vino del Otro”. Hay una elección de neurosis absolutamente inconsciente, a partir de allí nuestra libertad está muy acotada. Creo que tenemos un margen de libertad en la medida en que nos hacemos responsables de nuestro síntoma, es decir, ¿qué hago con esto? En ese momento la vida de una persona puede adquirir una densidad, un espesor.

Con relación a lo que estabas diciendo, pensaba que una libertad posible era volver a elegir lo que nos tocó para hacer otra cosa. Pasar por las marcas del Otro y por nuestro síntoma en el punto en que fueron elegidos…

Esto que decís coincide con la idea de Lacan de identificarse al síntoma después de ponerlo en forma, de vaciarlo, tramitarlo. ¿Qué es la singularidad? Es lo que me hace diferente de mí mismo. Es con lo que uno está peleado. Quino pone en boca de Felipito (personaje de Mafalda) la pregunta que reúne la tragedia de todo ser hablante: “¿Por qué justo a mí me tocó ser yo?”. Ahí explica el drama que tenemos los seres hablantes, estamos peleados con nosotros mismos, con nuestra singularidad. De ahí la tontería del reino de lo posible, como dice Lacan: “si yo hubiera...”, con el que viene la queja –si tenemos la suerte de que llegue un paciente que se queje. La queja del neurótico en realidad querría lo imposible: ser libre, la locura del alma bella. La ética del psicoanálisis va en dirección opuesta.

En esas coordenadas se hace compleja la apuesta del psicoanálisis, que ofrece restricciones al goce… ¿Qué da la posibilidad para que alguien ingrese a ese dispositivo?

En principio, lo que dice Freud, el sufrimiento. Durante la cuarentena, según mi experiencia y la de mis colegas, aumentaron las consultas. Nos siguen buscando. Si se trata de la angustia, generalmente terminan en el consultorio de un analista. Tenemos este desafío. Quedarnos serios y callados como la caricatura que han hecho de los analistas lacanianos es una tontería, por eso recurrimos a la invención y a la táctica para que un sujeto pueda poner en palabras la angustia que lo aqueja. En estos días, el uso de los distintos dispositivos: teléfono, videollamada, sujetos que pueden hablar a las 2 de la mañana, porque es el único momento que pueden hablar sin que el otro los escuche… ¿Estamos a la altura de la época o no lo estamos? Esto tiene que ver con el deseo del analista. Atender a un sujeto adicto a las 6 de la mañana porque sólo así desiste de consumir en la fiesta, es una decisión del deseo del analista. Lo mismo que sentarse a ver tutoriales de corte y confección con una chica anoréxica porque es la manera en que se arma un cuerpo, son todas herramientas significantes. Al principio de la cuarentena hubo cierto entusiasmo por usar el teléfono porque se parece más al diván; yo no coincido, eso depende de cada sujeto. Esto es Freud cuando habla de acciones sintomáticas que él ve, gracias a que los cuerpos están presentes, por ejemplo cuando Dora mete el dedito en su carterita y eso le permite descifrar un sueño o la pieza maravillosa del psicoanálisis que es el momento en que el Hombre de las Ratas se levanta, le relata el delirio de las ratas y Freud advierte en el rostro el placer ignorado, una de las formulaciones del goce más decisivas en la literatura psicoanalítica. Lo mismo en el caso de Elizabeth Von R. cuando Freud pone el dedo en el muslo. Se permitía esas cosas por ser médico y sabía que si se trataba de un dolor orgánico las palabras eran muy precisas, todo lo contrario con Elizabeth, que arrastraba el muslo y uno podría decir que lo que ese cuerpo estaba interpretando era que no daba el paso para avanzar sobre su cuñado o no hacerse cargo de eso. Pero el rostro de Elizabeth R. resulta para Freud lo mismo que el del Hombre de las Ratas: acciones sintomáticas. Hacemos todo lo que tenemos a mano. Con adolescentes, podemos ver un video juntos y comentarlo, lo que sea para propiciar que un sujeto se haga responsable de su goce.

Habías mencionado la idea de una inhibición generalizada, ¿querés agregar algo al respecto? Por otro lado, en relación a tus planteos sobre el duelo como algo constitutivo, ¿cómo pensás que se juega en tiempos en los que mencionaste que hay algo relativo a perder que no circula?

En el seminario 6, en la observación sobre el caso Hamlet, Lacan pone el duelo en términos opuestos a la psicosis; en la psicosis, lo rechazado adentro retorna afuera, esto lo dice Freud. En el duelo, lo que se pierde en lo real retorna en lo simbólico. Esta época no quiere saber nada de la muerte, de la finitud: somos todos lindos, jóvenes, adolescentes. Esto invita a la locura porque implica lo opuesto de lo que es el duelo: rescatar de lo simbólico lo que se ha perdido en lo real. Uno de los saldos más lamentables de esta cuarentena son las personas que tuvieron que morir solas y aquellos que no han podido acompañar a sus seres queridos, esto es terrorífico. La cuarentena nos ha impedido despedir a nuestros seres queridos, hay que incluirlo porque estamos en una comunidad hablante, porque los cuerpos no gozan solos. La cuestión de estos duelos no posibilitados genera locura; en nuestro país se sabe por el drama de los desaparecidos.

A Hamlet, acá podemos enganchar la inhibición generalizada, Lacan lo aborda como una tragedia del deseo, alguien que no puede hacer un duelo. No puede porque el entorno no lo hace. Necesitamos de otros, una ceremonia. Acá se ve una cuestión topológica muy clara entre el exterior y el interior porque el duelo es algo híper íntimo y a la vez necesita una esfera pública. Nos juntamos, lloramos, conmemoramos. Hamlet no puede hacer el duelo por esta suerte de locura. Estaría bueno traerlo para lo que estamos viviendo ahora, su entorno es totalmente desquiciado: un asesino que mata al rey, ocupa su cargo, se encama con la mujer y está todo bien y seguimos para adelante. Pero hay un testigo de eso que enloquece sin que sea psicótico y se la pasa haciendo actings, que es Hamlet. Su drama es que está inhibido. Inhibición generalizada donde está todo bien, todo lindo, y ahí está Hamlet imposibilitado de acceder al acto. Esta inhibición generalizada de la época tiene sus condimentos propios, a mí me gusta pensar que entre locura e inhibición generalizada tenemos las pautas para orientarnos en nuestra época.

Es interesante que en el caso Hamlet, el gran problema no sólo es el goce de Gertrudis, sino el mandato del padre. Entonces pensaba que en esta comparación con el sujeto actual que está preso entre cómo gozan los otros y nos lo refriegan en la cara y los fantasmas de los mandatos que tenemos que alcanzar.

Por eso Shakespeare es un genio: es el fantasma del padre. No tiene desperdicio desde el punto de vista psicoanalítico, es el superyó. En el caso de Hamlet hay un padre terrible, ahora lo que tenemos es un empobrecimiento de la función paterna que distingue la época y cuanto más empobrecimiento de esta función, más mandato superyoico. Lacan comenta una frase de Dostoievski que decía que si “Dios ha muerto” todo está permitido. Lacan la invierte y dice que si Dios ha muerto nada está permitido. Este es el punto clave de la inhibición generalizada: Dios ha muerto, no hay padre, nada está permitido. Esta es la represión que vivimos hoy por hoy. En el siglo XIX, en la época victoriana había una represión que alimentaba el deseo; hoy la represión es mucho más cruel. Se ve en los efectos de los discursos feministas y queers, esto no es una crítica a esos discursos, pero lo que vemos en la clínica quienes atendemos a esos sujetos es una inhibición enorme en el encuentro con el cuerpo del otro y que además la cuarentena redobló. Frases típicas de los chicos, chicas y chiques: “Me gusta como persona”, “No soy ni hombre ni mujer, soy una persona”, y con eso evitan el encuentro con el otro sexo que, por supuesto, siempre es traumático. Esta supuesta libertad que traerían estos discursos (puedo ser hombre, mujer, queer, lo que quiero) lejos de propiciar el encuentro con el otro me encierran en mi escafandra de tontería y ahí estoy con mi sexualidad absolutamente inhibida. Ahí tenemos otro vínculo con la libertad.

Pareciera que el corrimiento de las figuras de autoridad tiene un horizonte imaginarizado como el camino hacia la libertad. Sin embargo, cuanto menos legalidad hay, más nos diferenciaríamos de lo propiamente humano que es justamente estar insertos en un universo legal. Circula que se pueden suprimir las legalidades: “sí se puede”. Hay un engaño coagulado y eso sería el progreso...

En este punto el dispositivo analítico tiene mucho para aportar, porque en él hay una prohibición, un límite que es la abstinencia del analista. Esto lo especifica Lacan en el seminario 15 cuando habla de la cama analítica; si hay algo que está forcluido en el dispositivo analítico es la relación sexual. De modo que ahí ya hay un límite. Además, sabemos que por el amor y el saber que un sujeto le atribuye a un analista hay un deseo y que el analista es un objeto pulsional –esto es Freud. Lacan lo pone en términos del sujeto supuesto saber, pero el sujeto se lo enchufa a la persona del analista. Ahí hay una prohibición, una autoridad y toda una cuestión social, por eso, el analista es responsable de su acto, pero luego tiene que dar las razones de su acto a la comunidad analítica, de manera que jamás en el dispositivo son dos. Hay un riesgo en el acto y si no arriesgamos no hacemos nada y, de hecho, aprendemos más de los fracasos que de los aciertos, como se encargó Freud de demostrarlo con la joven homosexual, Dora y el Hombre de los Lobos, según cómo lo leamos.

En esta charla están apareciendo cosas que no había pensado: una de las funciones del dispositivo analítico en el siglo XXI es restablecer esto que se llama autoridad. Una ley, un orden. Sin ley no hay deseo.

Frente al empobrecimiento de la figura del padre tradicional, ¿qué nuevos nombres del padre podemos restituir o señalar en la clínica, qué formas posibles de castración?

Lacan brinda la noción de père-versión paterna. Es decir, si el nombre del padre es la carretera principal, la père-versión paterna es la colectora, como lo propone en la clase del 21 de enero de 1975 del Seminario 22. Esos atajos pueden ser vía neurótica o no, suplencias con las cuales alguien se puede armar un cuerpo y allí entra la función del analista. Tengo la impresión de que en función de cómo avanza la época, la posición femenina del analista es uno de los escenarios privilegiados para la intervención analítica. Esto ya lo decía Lacan en el seminario 20 en la clase de “Dios y el goce de LA mujer”. Nuestra posición es eminentemente femenina, de allí tenemos que servirnos. De qué manera nutrirnos de este campo femenino para intervenir en la clínica. Dice Lacan en el texto “El despertar de la primavera”, el único texto dedicado a la adolescencia, que la mujer como nombre del padre es el semblante por excelencia, como un vacío. Allí donde podemos actuar diferentes personajes según la situación, eso nos da una libertad muy grande. Es notable, gracias a las formalizaciones de Lacan a partir de Freud, la libertad que disponemos los analistas que implica muchas cosas para hacer que no son el furor curandis, si nosotros tenemos en cuenta la política que es apuntar al sujeto dividido (cuando hablamos de neurosis y lo que Lacan llama la incompatibilidad del deseo con la palabra). Tenemos un amplio margen para intentar cosas en la época, incluso con los medios digitales, una carita o meme que hoy se le mandan o no a un paciente pueden significar muchas cosas.

Sergio Zabalza es licenciado en psicología (UBA); Magister en Clínica Psicoanalítica (UNSAM) y actual doctorando en la Universidad de Buenos Aires. Desarrolla su práctica analítica en privado y colabora como supervisor en hospitales públicos y equipos docentes de Educación Especial. Ex integrante del dispositivo de Hospital de Día y del Equipo de Trastornos Graves Infanto Juveniles del Hospital Álvarez. Integra como profesor adjunto la cátedra de Adolescencia en la Facultad de Psicología de UCES. Es autor de siete libros y cerca de trescientos artículos publicados en diarios y revistas.

Esteban Espejo es psicoanalista y pasante del Centro Nº 1. Es escritor de poemas y ensayos, habiendo publicado el poemario Muerde memoria y poemas en revistas literarias, y el ensayo Casi nada, casi ser. Ensayo filosófico-poético. También se desempeña como docente de psicoanálisis en UNGS y en cursos de formación en el Centro Nº 1.
Fue coordinador del “Taller de ensayo psicoanalítico” del Centro Nº 1.

Nicolás Maccora es licenciado en psicología (UBA). Terminó la concurrencia en el Centro de Salud Mental N°1 “Dr. Hugo Rosarios” y es integrante del equipo de adultos (turno mañana) de dicha institución donde ejerce la práctica analítica como así también en el ámbito privado.

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