Escrituras en la adolescencia

Carolina Freire

Tu voz que al tango lo emociona diciendo el punto y coma que nadie le cantó. Tu voz de duendes y fantasmas, respira en el asma de un viejo bandoneón. Canta garganta con arena, tu voz tiene la pena que Malena no cantó. Canta, que Juárez te condena al lastimar tu pena con su blanco bandoneón. Canta, la gente está aplaudiendo, y aunque te estés muriendo no conocen tu dolor. Canta que Troilo desde el cielo, debajo de tu almohada un verso te dejó.
“Garganta con arena”, Cacho Castaña

Escribir es una manera de ponerse a pensar, de sacarle el polvo a las letras e invitarlas a jugar un rato. Un mate y buena música se convierten en un preludio a lo que está por venir, como la asociación libre: maravillosa. Invita a un pensar que no se regocija en sí mismo ni da vueltas en falso. Tampoco persigue un imposible que sólo deja ilusiones de un futuro potente y realizable. Todo lo contrario, escribir es un pensar sobre el presente, un presente que, a pronto de escribirse, se nos escurre entre las manos. Es rescatar al sujeto y devolverle su lugar privilegiado, la autoría de su discurso, aún en un medio decir, un poco más temprano o un poco más tarde, enlazándose a un acto ético que dé cuenta de la propia existencia.

Por eso el psicoanálisis y la escritura son prácticas tan cercanas. Es una manera de tocar el cuerpo con la palabra, de hacer una marca, no en papeles o telas de seda importadas; lo más importante es hacer una marca en el Otro. Una marca que aloje al deseo del sujeto y que no tiene objetivo en sí mismo ni busca alcanzar éxtasis corporales, pues “no hay goce más que de un cuerpo” (Lacan, 1966-1967, clase del 31/05/67). Ella traumatiza al ser hablante y lejos de ser una voz que rellena silencios o una canción que arrulla placenteramente a un niño, lo despierta a la vida.

Se producen interesantes escrituras en la adolescencia, pero ¿quién escribe y con qué materiales?, ¿sobre qué superficie? La adolescencia es un momento lógico fundamental, un tiempo para comprender, de historias a escribir, de caminos a transitar y, por qué no, de momentos de concluir. Caminos que se abren y otros que concluyen en un “nunca más”.

Tal vez la adolescencia tenga muchas aristas: el cuerpo interpelado por lo real de la pubertad, síntomas que denuncian un sujeto que padece, tiempos de segundas escrituras, de vueltas edípicas, tránsitos ruidosos y con avatares de acting out y pasajes al acto. Todas son aristas que construyen una superficie nueva, mas no sin agujeros. Podría pensarse como uno de los momentos más importantes de la vida de un sujeto. Un nuevo despertar que permite nuevas lecturas, nuevos horizontes y actos. El tiempo para comprender delinea los agujeros corporales y teje tramas nuevas. Es un momento de reedición en acto.

¿Qué lugar para el analista en la clínica con adolescentes? ¿Es el analista un partenaire que acompaña en la escritura subjetiva? O tal vez la función del analista esté más cerca de la lectura que de la escritura… Una voz, una mirada, un deseo que abre caminos.

Reeditar no es volver a escribir, sino volver a leer, desde un lugar distinto, desde marcas nuevas, ideas fugaces o pensamientos atrevidos que se animan a irrumpir entre las somníferas ideas cotidianas de un destino condenado y funesto, para brillar con su rebeldía.

La adolescencia es un momento de reedición y tal vez, sólo tal vez, sea el analista el que pueda acompañar a un valiente analizante a leer su propia historia y esta lectura deviene su propio camino. La lectura es el camino que se construye con cada acto subjetivo.

Es muy común escuchar que los adolescentes se pierden, se extravían o van por un mal camino y allí debería intervenir un analista. Ante una sociedad que empuja al goce todo, a lo completo, a cumplir obedientemente como soldados mandatos sociales y familiares, a conseguir vaya a saber qué objeto de intercambio social que le daría la “felicidad”, una sociedad embelesada con sus gadgets (menos brillantes que la mirada de un “amante”); en este embrollo, un sujeto puede extraviarse en tantos imperativos que lo alejan de su deseo. Como una nueva revolución, el camino no es una sustancia dada de antemano, no es el destino escrito por el Otro. El camino, si es que existe, se construye con cada lectura, con cada letra que un sujeto osa poner a jugar desafiando su oracular futuro y aportando a la lectura un acto ético, rebelde y maravilloso.

Atravesando jardines de senderos que se bifurcan, se acercan, se alejan, por encuentros singulares y únicos, por tiempos propios a vivirse en una experiencia, la clínica con adolescentes muestra su cara más hermosa.

Referencias Bibliográficas

● Lacan, J. (1966-1967). Seminario 14: La lógica del fantasma. Inédito.

Carolina Freire. Coordinadora del Equipo de Adolescentes y Adultos Jóvenes (Turno Mañana) del Centro de Salud Mental N°1 “Dr Hugo Rosarios”. Docente e investigadora UBACyT.

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