Estamira

Nicolás Maccora

Estamira cuenta: “Nací el 7 de abril de 1941 en carne y sangre, en el formato hombre-par, madre y abuela. A mi padre se lo llevaron en 1943. Mi madre, más perturbada que yo. Yo estoy perturbada, pero lúcida y puedo distinguir entre ambas cosas. Pero la pobre mamá no podía. Pero claro, yo soy Estamira. Si no pudiera reconocer un disturbio mental, no sería Estamira”. Distingue así, entre la perturbación y los disturbios mentales, que reconoce que cualquiera puede tenerlos y la deficiencia mental, que es lo que te vuelve un inútil.

Hace veinte años trabaja en Jardim Gramacho, uno de los basurales más grandes del mundo y desde allí, desde los márgenes de la ciudad de Río de Janeiro, realiza su prédica:

“...a ustedes les enceguecieron el cerebro, el ´grabador sanguíneo´. Pero al mío, no pudieron, porque estoy en forma de persona, en carne, sangre, en forma ´hombre-par´. No lo lograron”.

Su misión es desenmascarar al trocadilho, que vendría a ser en su traducción “juego de palabras”, “retruécano” o “equívoco”, que les mintió a los hombres, seduciéndolos y luego mandándolos al abismo. Ella misma se presenta como la encargada de desenmascararlo y terminar con él.
Su discurso apela una y otra vez a los márgenes, a las orillas, a los límites y a la sutileza de la diferencia:

“Todo lo que se llena desborda entonces el poder superior real, la naturaleza superior, dirige todo hacia allá, hacia ese lugar, a las reservas, en los márgenes. Ningún hombre puede irse a los márgenes... Al más allá del más allá. En los bordes, muy, muy lejos. Ningún sanguíneo puede ir allá. Ustedes no lo van a entender, por eso estoy acá visible en forma de hombre-par”.

“Nada cambiará mi ser. Mientras más los desgraciados, los parásitos de la tierra sucia maldita y excomulgada renieguen al hombre como su único condicional más me pongo mala y peor soy. Soy mala pero no perversa. Antes de nacer yo ya sabía todo eso. Antes de ser carne y sangre, claro, si soy la orilla del mundo. Estamira está en todos lados”.

La apuesta de Marcos Prado es inmiscuirse en esa vida, en ese relato que se compone en la basura, en los restos que la sociedad desecha y que alojan a Estamira, dándole un territorio que le permite ser visible y escuchada entre sus compañeros. Una apuesta que rompe con la distancia que el cine documental establece con su objeto para introducirnos de lleno en su delirio e interpelarnos sobre el nuestro propio, el que parece estar acotado y legitimado por su uso común; fantasma que puede reducir los atisbos de singularidad a la remanida novela neurótica y que, a veces, puede pecar de la soberbia de no reconocerse él mismo como delirio. Pareciera que Estamira en su perturbación advierte algo de esto:

“Ustedes no aprenden en la escuela, sino copian. Se aprende con los hechos. Tengo un nieto de dos años que ya lo sabe, todavía no fue a la escuela a copiar hipocresías y mentiras charlatanas (...) Conozco médicos y más médicos que son correctos. Ella es una copiadora. Yo soy su amiga, me cae bien, la quiero bien, los quiero bien a todos, pero ella es copiadora. Ellos sólo copian cualquier conversación”.

Estamira es una película que no retrocede ante la psicosis, ya que no la retrata como una mera categoría clínica, no cae en la trampa de confundir el delirio con la locura y rescata el valor de un discurso que emerge del más allá de los límites de la significación común, consensuada, que impone sus categorías configurando de esa manera lo inadmisible. Es un intento de reinsertar lo que el propio capitalismo confina al basural, al encierro, para transmitir un valor posible de la experiencia.

Nicolás Maccora es licenciado en psicología (UBA). Terminó la concurrencia en el Centro de Salud Mental N°1 “Dr. Hugo Rosarios” y es integrante del equipo de adultos (turno mañana) de dicha institución donde ejerce la práctica analítica como así también en el ámbito privado.

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